Los ilustrados prohibieron los autos sacramentales y acariciaron la idea de prohibir las procesiones de Semana Santa.
Fue a la fuerza como los ilustrados obligaron a los españoles a quitarse la capa y el chambergo, o sombrero de ala ancha. La transformación del vestido del pueblo formaba parte de la contienda emprendida por los ilustrados en su afán por cambiar la mentalidad de sus antiestéticos y atrasados súbditos.
Antes del motín de Esquilache los escritores ilustrados habían conseguido una importante victoria contra el teatro popular haciendo que las autoridades prohibieran en 1765 por real decreto un género literario del barroco, los autos sacramentales.
En esta batalla los ilustrados habían encontrado unos insólitos aliados en los clérigos más adustos y severos con los que, hay que decirlo, coincidían en muchos aspectos.
Los autos sacramentales eran unas espectaculares representaciones alegóricas de la Eucaristía que se realizaban el día del Corpus. Estas representaciones tenían lugar en una serie de carros que trasladaban decorados y actores por la calle hasta una plaza donde había un gran tablado.
Su origen se remontaba a la Edad Media, aunque su mayor esplendor y fasto lo habían alcanzado en tiempos del Austria Felipe IV gracias a que no se escatimaron recursos económicos y técnicos, y a que el encargado de componer los autos fue Calderón de la Barca. Los autos sacramentales más importantes se celebraban en Madrid y congregaban a una multitud que se agolpaba en su trayecto, el cual iba desde el Palacio Real hasta la Plaza de la Villa.
Los argumentos de los ilustrados contra los autos sacramentales no podían ser más peregrinos. Decían que, desde las preceptivas neoclásicas, no era admisible el uso de la alegoría para explicar conceptos como la Sabiduría o la Bondad. También que el pueblo había convertido una celebración religiosa en una fiesta, en la cual se dedicaban más a divertirse que a hacer el esfuerzo necesario para comprender los mensajes piadosos.
Es más, los autos sacramentales acababan escandalizando a las mentes sencillas e incultas porque, en ocasiones, se daba la circunstancia, como llegó a decir Clavijo y Fajardo, de que una actriz, cuya vida indigna era conocida por el público, representase el papel de un personaje divin o.
Conseguida la prohibición de los autos sacramentales, los ilustrados iniciaron una campaña, esta vez infructuosa, contra las procesiones de Semana Santa:
«Porque ciertamente no se alcanza ahora qué puedan significar en una religión, cuyo culto debe ser todo en espíritu y verdad, esas galas y profusión de trajes, esas hachas y blandones sin número encendidos en medio de la luz del día, esas imágenes y pasos llevados por ganapanes alquilados, esas hileras de hombres distraídos mirando a todas partes y sin sombra de devoción, esos balcones llenos de gentes apiñadas, que en nada más piensan que en lucir sus galas y atavíos, esos convites que son consiguientes a tales reuniones, ese bullicio y pasear de la carrera, esa liviandad y desenvoltura de las mujeres, y ese todo, en fin, de cosas o extravagancias que se ven en una procesión, si no son como el fiscal las juzga para sí, en vez de un acto religioso un descarado insulto al Dios del cielo y a sus santos.»
Texto relacionado con el libro El viejo truco del amor
Foto cabecera: Carro triunfal del Parnaso al estilo de los autos sacramentales