LAS EDADES DE LA VIDA 3/3 LA DIVISIÓN DE LA VIDA EN TRES Y CUATRO EDADES

El sistema más común de las edades de la vida se basaba en el número cuatro.

En él se establecían correspondencias con las cuatro estaciones del año y los cuatro elementos y humores. Uno de los partidarios de esta parcelación cuaternaria, que confiere a cada una de las edades veinte años (lo que situaba el límite máximo de la vida en los ochenta años) fue el médico romano Claudio Galeno.

El rezo del rosario. Luis Paret

En el sistema cuaternario la infancia equivalía a la primavera; la juventud, al verano; el otoño o madurez estaba comprendido entre los cuarenta y sesenta años; y pasando de esa edad se llegaba al invierno de la vida o vejez.

Las edades y la muerte

Este sistema es el que le sirve al ilustrado Luis Gutiérrez para explicar en su novela Cornelia Bororquia, publicada en 1801, por qué muy pocas personas adultas, que desde pequeñas habían sido educadas en el temor a la Inquisición, eran incapaces de cuestionarla:

«Ya sabéis que en la niñez recibimos todas las impresiones que quieren dársenos, y que esto es tanto mas fácil cuanto que entonces no tenemos ni la capacidad, ni la experiencia, ni el valor necesario para dudar de lo que nos enseñan nuestros Padres o Preceptores.

En la juventud las pasiones fogosas y la perpetua embriaguez de nuestros sentidos nos impiden pensar en un asunto tan triste y espinoso; y si por casualidad nos ponemos a examinarle, es muy superficialmente o con parcialidad.

En la edad madura, los varios cargos y cuidados, las pasiones nuevas, las ideas de ambición, grandeza y poder, el deseo de riquezas, y las ocupaciones que le son anejas, absorben la atención del hombre hecho, y apenas le dejan tiempo para pensar en la Religión.

En la vejez, las potencias entorpecidas, los hábitos identificados con la máquina, los órganos debilitados con la edad y con las enfermedades, no nos permiten remontar al origen de nuestras opiniones arraigadas, y por otra parte el temor de la muerte que tenemos ya tan cercana, nos haría muy sospechoso un examen al que comúnmente preside el terror.»

Gustav Klimt

Muy habitual era reducir a tres las edades de la vida. Se unían, entonces, la infancia y la juventud en una sola edad que abarcaba a la vez dos estaciones cálidas del año, la primavera y el verano, quedando ligada la edad madura con el otoño, y el invierno con la decrepitud y la muerte.

Esta es la parcelación propia de la cultura profana y es la que se da por sobrentendida generalmente en poesía y en pintura.

Texto relacionado con el libro El viejo truco del amor