El sistema de las edades de la vida que había utilizado Hervás y Panduro era asimétrico, al contar con seis edades basadas en el número siete.
Por ello, algunos estudiosos, como el renacentista Pero Mexía, habían añadido la séptima edad denominándola “senil” y también “decrépita”. La necesidad de los ancianos que llegan a la edad decrépita de sentarse a tomar el sol o de arrebujarse junto a una estufa, quedaba muy bien explicada con el sistema de los cuatro elementos.
En la edad decrépita se busca una fuente de calor externa, porque el interior del cuerpo se ha vuelto frío y seco. Los fallos en las facultades intelectuales de la última edad tienen su origen en que el alma, que es atraída por el calor y la humedad, se va despegando del cuerpo en la medida en que se van perdiendo estas cualidades.
El número siete no se acomodaba siempre a las diferentes constituciones de las personas, por lo que algunos eruditos optaron por fijar los diferentes climaterios o cimas de las edades conjugando el número siete y el nueve.
Haciendo las cuentas con estas dos cifras, a fray Antonio de Guevara, en el siglo XV, le salía que la edad más probable para morir era la de los sesenta y tres años:
«Es también de saber que en todo el discurso de nuestra vida siempre vivimos debajo de un solo clima, que es de siete o de nueve años, excepto en el año de sesenta y tres, en el cual se juntan dos términos o climas.
Es a saber, nueve sietes o siete nueves, porque nueve veces siete y siete veces nueve son sesenta y tres años, y por eso mueren allí muchos viejos. Los que llegan al año de sesenta y tres deben vivir muy regalados y aun andar muy recatados, porque es aquel año tan peligroso que ninguno le pasa sin padecer en él algún peligro.»
Los romanos y griegos precavidos, decía Antonio de Guevara, no cometían ningún exceso durante este peligroso año y, nada más cumplir los sesenta y cuatro, celebraban fiestas y daban gracias a los dioses en sus templos con generosos sacrificios y dones.
A mediados del siglo XVII Baltasar Gracián, mantuvo la división de las siete edades y la explicación a partir de la ascendencia de los planetas, pero, en vez de con periodos de siete años, con periodos de diez años:
«Cúpole, decían, a la niñez la luna con el nombre de Lucina, comunicándole con sus influencias sus imperfecciones, esto es, con la humedad y la ternura, y con ellas la variedad, aquel mudarse a cada instante, ya llorando, ya riendo, sin saber de qué se enoja, sin saber con qué se aplaca, de cera las impresiones, pasando de las tinieblas de la ignorancia a los crepúsculos de la advertencia.»
Gracián se aproximaba a los ilustrados al considerar la mejor edad la quinta, la que iba de los cincuenta a los sesenta años:
«Entra a los cincuenta años mandando Júpiter, influyendo soberanías; ya el hombre es señor de sus acciones, habla con autoridad, obra con señorío, no lleva bien ser gobernado por otros, antes lo querría mandar todo, toma por sí las resoluciones, ejecuta los dictámenes, sábese gobernar, y a esta edad, como a tan señora, la coronaron por reina de las otras.»
Texto relacionado con el libro El viejo truco del amor