Las consecuencias del acoso escolar en los espectadores son más sutiles. Ellos son los alumnos adaptados que conforman el carácter del grupo. Desde fuera parecería que contemplan como algo lejano el espectáculo diario de las tropelías del acosador sobre la víctima. Algo así como si viesen las desgracias y violencias que suceden en otros países por televisión. Pero no es así. Los espectadores son un vértice esencial en el triángulo del acoso escolar. Son los colaboradores y los cómplices necesarios del acosador.
Con ser detestable que el acosador ejerza violencia física y psíquica sobre la víctima, a mí me llama más la atención el papel que juegan los teóricamente «buenos». Ellos crean las condiciones para que algo tan malo como el acoso escolar se produzca. El acosador mira a los espectadores para comprobar si aprueban sus tropelías. A los espectadores les basta con sonreír o mirar a otro lado para que el acosador continúe con su juego nefasto. La víctima, por su parte, mira a los espectadores buscando solidaridad. Al fin y al cabo, como decía, ellos son los «buenos». La víctima solo encuentra en ellos indiferencia, cuando no desprecio.
En el fondo, el que haya un chivo expiatorio les viene bien. El grupo necesita descargar su ansiedad y su inseguridad buscando un chivo expiatorio. A veces el papel de chivo expiatorio le toca a un profesor que encarna todas las maldades; otras, en cambio, el papel le toca a un compañero por los motivos más banales.
Las consecuencias del acoso escolar son diferentes dependiendo del papel que juegue cada uno de los espectadores. No es lo mismo que sean espectadores pasivos, o que directamente colaboren con el acosador (los ayudantes), o que con su actitud lo jaleen (los animadores).
Por supuesto, los defensores de la víctima se hallan en otra esfera aparte. A ellos hay que animarles a que sigan manteniendo la misma actitud de no dejarse llevar por el grupo y atender al débil a lo largo de su vida. No solo tienen criterio propio y son capaces de examinar la realidad con imparcialidad, sino que reaccionan ante la injusticia. Este tipo de personas constituye lo mejor de la sociedad y, me temo, son una minoría.
En líneas generales, la actitud de los espectadores (que ante el sufrimiento continuado de uno de sus compañeros han mantenido una actitud pasiva o condescendiente) se sigue manteniendo ante situaciones análogas a lo largo de la vida. En ellos se afianza la indiferencia ante la injusticia. Además, en el núcleo de su personalidad se confirmará la percepción de que saltarse las más elementales normas de convivencia así como la violencia física o psíquica son formas válidas de solucionar los problemas.
De adultos los espectadores, según algunos estudiosos, corren el riesgo de acabar siendo ellos mismos las víctimas o los acosadores, dado que en su momento aceptaron como natural una situación de acoso y no dieron los pasos para salir de ella desde un principio.
No hay que olvidar, por otra parte, que los espectadores han obtenido, al igual que el acosador, recompensas psicológicas en el acoso a su compañero. Los espectadores necesitaban también tener un chivo expiatorio. Se apuntaron a la ola del maltrato y disfrutaron viendo sufrir a la víctima.
Los espectadores no se opusieron al acoso en su juventud, porque, como muchos adultos saben, se vive mejor imitando a los demás y escondiéndose entre ellos. De mayores, muchos de los que fueron espectadores del acoso escolar seguirán necesitando la profunda satisfacción de acosar al débil o al caído en desgracia y dejarse llevar por la corriente de crueldad. Buscarán poner el foco en una minoría para rechazarla; en un amigo o familiar para denigrarlo; o en un compañero de trabajo para someterlo a acoso laboral (el acoso escolar y el acoso laboral son esencialmente lo mismo).
Los espectadores, finalmente, pueden quedar marcados por una experiencia en que mostraron falta de simpatía y de solidaridad. A medio y largo plazo estas carencias les conducirán a posturas egoístas y conformistas. Considerarán que los problemas que ven a su alrededor no tienen solución y que no merece la pena luchar para cambiarlos. En vez de una actitud positiva ante la vida y las personas, en los espectadores se instalarán la apatía, el fatalismo y la ausencia de sensibilidad.
Es lo que se expresa en la frase atribuida indistintamente a los tres grandes pacifistas del siglo XX (Martin Luther King, Mahatma Gandhi y Nelson Mandela):
«No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos».