LA IMPORTANCIA DE SABER ESTAR

Para un aristócrata era esencial saber conducirse en sociedad y a ello se dedicaba gran parte de su educación.

En la Ilustración pervivía la idea de que el objetivo fundamental de la educación, tanto de las hijas como de los hijos de los aristócratas, era conducirse de acuerdo con su categoría social.

Lo indispensable era saber estar y el sitio en que había que demostrarlo era en las reuniones sociales, sobre todo si tenían lugar en presencia de los reyes, los modelos de la nobleza.

Las disciplinas de adorno

En los varones la formación de un cortesano se resumía en comportarse como un caballero. Ser un caballero implicaba una serie de cualidades morales y también una serie de habilidades sociales. Estas habilidades sociales estaban comprendidas en las llamadas disciplinas de adorno. Disciplinas de adorno eran el baile, la esgrima, la equitación y, por descontado, la etiqueta.

En las casas de los nobles no podían faltar los profesores de las disciplinas de adorno. Lo mismo sucedía en los colegios de elite a los que iban los hijos de los nobles, en los que tanta importancia o más se les confería a las disciplinas de adorno que a las asignaturas propiamente dichas.

Concierto de flauta de Federico el grande de Adolph von Menzel

La literatura y la buena conversación

Hay que decir que algunas asignaturas que parecerían alejadas de las disciplinas de adorno como la literatura, el dibujo o los idiomas, estaban dirigidas a hacer más exquisito el trato entre los aristócratas. Como se decía en el siguiente párrafo sacado del discurso de Jovellanos “Sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencias”, la literatura servía especialmente para relacionarse agradablemente con los demás:

«La literatura (…) pule y hace amable este trato, le adorna, le perfecciona, y concurre así al esplendor de la sociedad, y también al provecho. Sí señores, también el provecho ¿por ventura es la sociedad otra cosa que una gran compañía, en que cada uno pone sus fuerzas y sus luces, y las consagra al bien de los demás? Cortés, amigable, expresivo en sus palabras, ninguno obligará, ninguno persuadirá mejor; cariñoso, tierno, compasivo en sus sentimientos, ninguno será más apto para dirigir y consolar; lleno de amabilidad y dulzura en su porte, y de gracia y policía en sus palabras, ¿quién mejor entretendrá, complacerá y conciliará a sus semejantes?»

Y es que los ilustrados, que preferían las asignaturas útiles y rentables, apreciaban la afición de los nobles al trato refinado y deseaban que la sociabilidad de los nuevos ciudadanos se basara en la sensibilidad y en la cultura.

El necesario autocontrol

Saber conducirse en la corte y servir al rey eran los objetivos principales de la educación de un noble. Para manejarse entre los elegidos y no caer en los engaños y traiciones a los que la corte ofrecía el mejor caldo de cultivo, se hacía necesario, aparte de haber recibido una sólida formación, tener un gran autocontrol y una gran experiencia en el trato con las personas.

Según les decía el conde de Fernán Nuñez a sus hijos en una carta, ser un buen cortesano no estaba al alcance de cualquiera, pues en la corte ni el más sabio ni el más prudente de los hombres se encontraba a salvo:

«Mirad siempre con respeto y amor, pero sin entusiasmo, los Palacios de los Príncipes, en que debéis pasar mucha parte de vuestra vida, sus distinciones y sus cortesanos (…). Amad y respetad a vuestro Rey y Príncipes como depositarios en la tierra del poder divino. Vivid resueltos a no adularlos y a no mentirlos nunca (…). En aquella gran casa (Palacio) no hay sabandija que no pueda hacer mal ni pared que no oiga y hable cuando menos se espera.»

Pero la cuestión era que ni los preceptores ni los profesores enseñaban realmente a conocer a las personas ni a manejarse en la corte. Para aprender a desenvolverse en situaciones comprometidas no había más remedio que lanzarse a la “escuela del mundo”.

Corte de Catherine II de Benois

El grand tour o correr cortes

Que los jóvenes observaran el comportamiento humano y que se pusieran a prueba en múltiples circunstancias era la función del grand tour o, como se le llamaba en España, “correr cortes”.

El grand tour era una moda que procedía de Inglaterra y consistía en coronar la educación de los jóvenes aristócratas con un viaje en el que recorrían las principales ciudades de Francia, Suiza, Italia, Bélgica, Holanda y Alemania.

Evidentemente el grand tour, por su costo económico, estaba reservado a los hijos de las familias más ricas y poderosas. De los literatos ilustrados sólo lo realizó José Cadalso.

Los otros dos autores que viajaron al extranjero, Moratín hijo y el director del Pensador, José Clavijo y Fajardo, lo hicieron becados por el Estado. Los demás literatos ilustrados, si no se tiene en cuenta aquellos que fueron forzados a exiliarse tras la Guerra de la Independencia, no salieron nunca de España.

Texto relacionado con el libro El viejo truco del amor