EL AMOR EN LA ILUSTRACIÓN
En plena crisis de la institución del matrimonio, los ilustrados se encontraron con un hecho muy llamativo: los jóvenes querían imperiosamente casarse con la persona que habían elegido ellos mismos, y para ello estaban dispuestos a correr todo tipo de riesgos. Los ilustrados aceptaron de buen grado ese deseo, sólo que adaptándolo al beneficio de la sociedad.
La muestra más clara de la crisis del matrimonio en el siglo XVIII era el cortejo. El cortejo era el acompañante necesario de una dama. En una reunión social estaba mal visto que el marido cogiera la mano a su mujer, pero estaba bien considerado que la mujer paseara del brazo de su cortejo. Las mujeres elegían a su cortejo cuidadosamente entre varios candidatos. La gran diferencia con su marido consistía en que podían prescindir de él a su antojo.
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Los matrimonios en el siglo XVIII, como había sucedido durante siglos, se concertaban, esto es, los padres elegían con quien debían casarse sus hijos para así unir las familias y los patrimonios. Aunque los padres solían buscar parecidos caracteres para que la pareja fuera estable, en realidad, la única exigencia era que tuvieran hijos que a su vez heredasen el patrimonio. En el siglo XVIII se daba por hecho que tanto la mujer como el hombre cumplirían con este requisito, pero también que cada uno viviría su propia vida. Esto se manifestaba en la construcción de las casas de los más pudientes. De hecho, la mujer y el hombre accedían por puertas independientes a su propias estancias.
En la España del siglo XVIII, uno de los países en los que la Inquisición seguía actuando, se abrían brechas en la institución del matrimonio. Se daban situaciones extravagantes como que se veía de forma natural que se formalizase, al igual que el matrimonio, la relación con el cortejo o con la amante. Por ejemplo, Manuel Godoy, primer ministro del rey Carlos IV se casó en secreto con su amante Pepita Tudó y de forma oficial con María Teresa de Borbón.
Sin embargo, el amor salió a escena con fuerza. Ahora, fundamentalmente en las novelas, se mezclaban dos conceptos hasta ahora separados: el matrimonio y el amor. Los ilustrados le dieron la bienvenida sin disimulos. La pasión era buena, siempre que se recondujera adecuadamente. Estaban de acuerdo con que los jóvenes se casaran según su elección. Solamente que con ciertas condiciones. Este es el mensaje que se trata de transmitir en El sí de las niñas, de Leandro Fernández de Moratín.
La primerísima condición era que contasen con la autorización de los padres. Otra condición era que se unieran parejas de parecida edad y jóvenes con el fin de asegurar la descendencia. Y, finalmente, que fueran de semejantes en educación y clase social para que la pareja fuera estable.
Con el paso del tiempo y en pleno siglo XXI, el modelo de matrimonio que propusieron los ilustrados sigue vigente. Están mal vistos los matrimonios entre personas de diferente edad y los matrimonios se celebran de forma habitual entre personas de igual educación y condición social. Sin embargo, la autoridad de los padres está más cuestionada. Ahora los padres despliegan mil estrategias para que sus hijos hagan la mejor elección posible. Saben perfectamente que si sus hijos eligen bien con quien casarse y consiguen un buen trabajo, tendrán una vida razonablemente feliz. El gran problema es el de siempre, que se interponga en el camino de sus hijos el loco amor.