Los compañeros saben perfectamente que maltratar a la víctima está mal. Alguna vez se ha dicho que no intervienen directamente (defendiendo a la víctima o afeando su conducta al acosador) o indirectamente (comunicándolo a sus padres o los profesores) por miedo a que el agresor los elija a ellos como víctimas. No actuar sería entonces una cuestión de supervivencia y de autoprotección. Por desgracia, no es éste el principal motivo para mirar a otro. Los compañeros no eligen cerrar los ojos ante un mal menor (que el acosador maltrate a un compañero) para evitar un mal mayor (que el acosador les haga daño a ellos).
En las investigaciones se ha preguntado a los compañeros de la víctima y estos han respondido que conocían con claridad que no denunciar era incorrecto. Sin embargo, lo que más pesaba para no tomar cartas en el asunto era que ellos pertenecían a un grupo en que había un estilo de comportamiento que ellos seguían. Es más, confesaban, no solo no intentaban detener las agresiones, sino que las alentaban. En definitiva, si en la balanza se ponía la injusticia de un compañero agredido o actuar en consonancia con el grupo, elegía esto último, es decir, la injusticia y el borreguismo.
Los espectadores saben perfectamente que se está produciendo una injusticia y que se están saltando las normas más elementales de convivencia. De hecho, suelen manifestar una serie de buenos sentimientos morales cuando hay una agresión contra el más débil. Sienten lástima por la víctima y culpa por no actuar. No obstante, se autoconvencen de que no hay que intervenir. A este mecanismo se le llama desconexión moral y consiste en no dar importancia a las consecuencias del maltrato y en minimizar las emociones morales con una serie de coartadas.
Por ejemplo, los espectadores se disculpan diciendo que las agresiones, en el fondo, son necesarias para que la víctima mejore (es para que se vuelva fuerte; es un pardillo y necesita espabilar). Justifican las agresiones porque la víctima no es normal y no se parece en nada a los demás (no debería estar aquí; gente así, no puede estar con nosotros); o porque su comportamiento es extraño (eso le pasa por andar sola y ser tan rara).
Los compañeros desconectan del sufrimiento del compañero no dando importancia a las agresiones (era solo un chiste, no fue más que una colleja). También es frecuente que minimicen su intervención (solamente me reí, otros en cambio lo golpearon); o las consecuencias sobre la víctima (no le importó, lo tomó a bien; nadie se deprime por eso).
Por último, la gran coartada de los espectadores es que el acoso es «algo normal y que no es «algo que tenga que ver con ellos». Los espectadores observaron de forma pasiva y, simplemente, dejaron hacer (ellos comenzaron y no quisieron detenerse); no intervinieron porque no les correspondía (todo el mundo lo sabía, no voy a ser yo el único que diga algo).
Nota: Muchos ejemplos de esta entrada han sido tomados de La violencia escolar. Propuestas para la intervención eficaz, Dra. Fuensanta Cerezo Ramírez. Murcia, 26, 27 y 28 de Abril de 2007.