El gran tour o gran viaje de los aristócratas del siglo XVIII
El grand tour suponía la última prueba de madurez para los aristócratas antes de incorporarse al mundo de los adultos. José Clavijo y Fajardo, desde su experiencia personal, advirtió a los padres sobre las consecuencias de no planificar el grand tour de sus hijos todavía jóvenes e inexpertos.
El mayor riesgo del grand tour estaba en que, tras haber aprendido algunos bailes y comprado algunos trajes, volvieran transformados en unos perfectos petimetres, tan deslumbrados por países tan fascinadores como Francia, que despreciaran su propio país.
Otra consecuencia no deseada de mandar al extranjero un joven maleducado era que en las cortes europeas juzgaran a España entera a través de su comportamiento.
Para evitarlo y que el viaje fuera de provecho al joven aristócrata, Clavijo y Fajardo desarrolló un riguroso programa de actividades.
Lo más importante era que el padre eligiera un preceptor que acompañara a su hijo en el viaje con el objeto de que el joven se portara como un buen cristiano y hombre de bien.
Antes de emprender el viaje el preceptor lo prepararía intelectualmente, y mientras durara el grand tour cuidaría de que estudiara la legislación, el sistema político o las fortificaciones de los países que visitara, sin olvidarse de refrescarle alguna asignatura como Física, Matemáticas o Historia Natural.
Y como el joven aristócrata en su viaje por el extranjero no pararía de fijarse en las técnicas y avances susceptibles de ser introducidas en España para aumentar su prosperidad, el preceptor haría que el joven fuera anotando sus observaciones sobre el estado de las carreteras, las canalizaciones de agua, las características de los cultivos, etc.
El programa de Clavijo y Fajardo con estar muy bien pensado, tenía una importante objeción. El joven que hiciera el grand tour siguiendo las indicaciones de Clavijo y Fajardo no estaría realizando un grand tour, sino un viaje de estudios en sentido estricto.
El problema estribaba en que Clavijo y Fajardo no era la persona indicada para dar consejos sobre como planificar un grand tour porque él había viajado al extranjero, pero no había hecho un grand tour.
José Clavijo y Fajardo estuvo estudiando en Francia y a su vuelta no heredó ningún mayorazgo, sino que ocupó diferentes cargos en la administración del Estado.
Clavijo y Fajardo era un golilla con mentalidad de tal e intentaba medir con su rasero a los nobles. No se percataba de que el grand tour estaba anclado en el Antiguo Régimen y que con sus reformas lo desvirtuaba.
Clavijo y Fajardo no se daba cuenta de que una cosa era preparar a los jóvenes para que fueran de provecho a la patria, y otra muy diferente orientar la educación de un aristócrata para ser un buen cortesano.
No obstante, Clavijo y Fajardo, como buen ilustrado, era un precursor de la mentalidad que estaba anunciando el fin del Antiguo Régimen. Este cambio de mentalidad se estaba dando ya en los colegios de la elite.
En ellos ya no sólo se daba cabida a los nobles, sino que cada vez era más habitual la presencia de los hijos de la pujante clase media cuyas necesidades eran muy diferentes a las de los herederos de mayorazgos.
Los padres burgueses mandaban a sus hijos a estos colegios para que adquirieran conocimientos que les permitieran progresar y labrarse un futuro por sí mismos. El capital más importante que les iban a dejar en herencia no consistía en títulos y propiedades, sino en la misma formación.
El avance de las clases medias y de sus valores hizo que los colegios fueran centrándose cada vez más en trasmitir conocimientos útiles que en enseñar usos sociales. Este imparable proceso acabó produciendo la supresión de las disciplinas de adorno.
Así sucedió en el emblemático Seminario de Vergara, en el cual se formaban los hijos de los acomodados miembros de la Sociedad Económica Vascongada, que a finales de la Ilustración abandonó la enseñanza del baile y de la música.
El grand tour era una pervivencia de la costumbre medieval de mandar los hijos a educarse en las casas de otros nobles. Antes de integrarse en el mundo selecto que le correspondía por nacimiento, el joven aristócrata practicaba en la “escuela de la vida” de otros países.
Esta forma de entender la enseñanza entró en crisis en el siglo XVIII. A partir de la Ilustración quien deseara triunfar, debía estudiar materias útiles y prácticas.
Los colegios de elite se abrieron a los hijos de los burgueses cuyo principal bagaje a lo largo de la vida no sería haber heredado un título nobiliario, sino haber estudiado y haber alcanzado el éxito en el desempeño de una profesión.
Texto relacionado con el libro El viejo truco del amor