LAS NIÑAS  MADURAS

En cuanto una niña alcanzaba la capacidad de procrear, se creía que su maduración intelectual se paraba. Se pensaba, por tanto, que las mujeres eran niñas toda su vida.

En el siglo XVIII el momento en que socialmente las mujeres tenían que abandonar toda pretensión de ser jóvenes no coincidía con la menopausia, sino que se adelantaba a los cuarenta años.

A esa edad se veían inducidas a apartarse de los lugares propios de la juventud e iniciar una vida de recogimiento.

Es lo que comprobó una mujer a la moda a la que le resultaba muy difícil conseguir un cortejo y en las fiestas le hacían ver que estaba de más:

«El último que tuve (un cortejo), usó conmigo la crueldad de abandonarme en medio de un baile, y viéndome sola, hubo quien tuviese la osadía de preguntarme, que color tenía la barba de Felipe IV. Vea Vm. si esto es sufrible para una mujer, que digan lo que quisieran algunos habladores, no pasa todavía de los cuarenta. ¿Es esta  edad  por  ventura  en  que  me  eche  a  oír  Misas,  y  rezar Rosarios?»

A los cuarenta años las mujeres habían perdido su atractivo sexual. A partir de entonces se podían poner en situaciones que antes parecerían comprometidas para su honor. En la novela Amadeo y Rosalía de García Malo, el protagonista masculino vive solo con su dama de gobierno que ha llegado a esta edad sin despertar ninguna sospecha.

María Cristina Teresa de Borbón

Las mismas autoridades participaban de la opinión de que una mujer de cuarenta años no sólo no presentaba ningún peligro, sino que era prácticamente un hombre, tal y como lo evidencia el reglamento del 26 de noviembre de 1796 que regía las tabernas:

«Se prohíbe que a los días y horas de trabajo se detengan en dicha casa artesanos y oficiales y aprendices de cualquier oficio; nunca hombres embriagados, y en ninguna ocasión se detengan las mujeres en la citada taberna.

Al tabernero no casado se le prohíbe tener por medidora y guisandera mujer que no llegue a la edad de cuarenta años poco más o menos.»

Sin embargo, resulta más revelador de que las edades femeninas estaban ligadas a su capacidad de procrear, el hecho de que las mujeres no pasaban por los periodos intermedios entre la infancia y la vida adulta que llamamos adolescencia y juventud.

María Luisa de Parma

A la mujer, cuando llegaba a la pubertad, se la consideraba implícitamente apta para actuar de acuerdo con las habilidades y responsabilidades pertenecientes a la esfera de las personas mayores, que en el caso del sexo femenino se limitaban a cumplir con su papel de esposa y madre.

La juventud y la adolescencia eran, por tanto, privativas exclusivamente de los varones.

Ligar la madurez de las mujeres a la capacidad de procrear suponía que una niña de doce o quince años ya no necesitaba educación más allá de esas edades. Esta concepción condenaba a las mujeres a una infancia perpetua.

El exigirles a los doce y quince años las mismas aptitudes de una mujer casada de cualquier edad, implicaba que a todas las mujeres, tuvieran la edad que tuvieran, se las debía tratar y considerar como si permaneciesen estancadas en los doce o quince años durante toda su existencia.

La tutela de los maridos, gracias a que las mujeres estaban siempre en la minoría de edad, se hacía, por tanto, necesaria e imprescindible.

Texto relacionado con el libro El viejo truco del amor