Una sangrienta agencia de colocación
En septiembre de 1714, a los siete meses de haber enviudado, Felipe V se casó con Isabel de Farnesio, una mujer de fuerte carácter, que desde el momento mismo de su llegada a la corte sería la verdadera reina absoluta.
Este poder Isabel de Farnesio no lo utilizó ni para dar estabilidad ni para fortalecer el debilitado imperio español, sino para asegurar su futuro y el de sus hijos.
Y es que la sucesión de la corona española recaía en sus hijastros, los príncipes Luis y Fernando, nacidos de la anterior esposa de Felipe V, de manera que ella misma y sus hijos siempre desempeñarían un papel sin importancia en la corte.
Isabel de Farnesio, como estaba convencida de que sus cinco hijos por tener sangre real merecían lo mejor, orientó la política del reino hacia un objetivo: colocarlos en las cortes europeas o, en su defecto, situarlos en puestos claves de España. Como la misma reina confesó a un embajador:
Mis hijos no son bastardos; como no poseen feudos en España, y no se les puede negar el rango y los medios de vida a los que tienen derecho, esta Corona tiene la obligación de buscarles una colocación adecuada para liberarse de este gasto.
El deseo de la reina Isabel de Farnesio se realizó con una serie de guerras y alianzas muy perjudiciales para España.
El balance final fue que, a cambio de arruinar España y de poner en peligro los territorios hispanoamericanos, Isabel ganó para su hijo Carlos las dos Sicilias y Nápoles, y para su hijo Felipe el ducado de Parma.
A su hijo Luis Antonio, a pesar de que éste no sentía ninguna inclinación por el celibato, su madre lo nombró arzobispo de la sede primada de Toledo.
Al final del reinado de Felipe V, como el rey alternaba periodos de depresión y locura, Isabel de Farnesio ya no trataba de manejar a su marido, sino que directamente lo sustituyó.
En los últimos días de su vida, el rey pasaba días enteros en su lecho y, por temor a ser envenenado, no se cambiaba de ropa.
Lo que más preocupaba a Isabel de Farnesio era la obsesión del rey por abdicar de inmediato; en una ocasión tuvo que romper un documento con su renuncia ya firmado y preparado para que lo ratificaran las máximas autoridades del reino.
Con el objeto de evitar la redacción de más documentos inoportunos, Isabel de Farnesio prohibió de forma terminante que le fueran suministrados al rey papel y tinta.
Texto relacionado con el libro El viejo truco del amor